Últimamente dedico gran parte de mi tiempo libre al trabajo en la huerta, y como es natural, el contacto diario con los productos que crecen allí, mueve a que tus reflexiones también se dirijan a temas relacionados con la misma.
Desde la primavera pasada, he prestado gran atención al crecimiento de unas plantas de tomate que me regaló una amiga, y su desarrollo me ha parecido que tiene muchas similitudes con el desarrollo de los humanos.
Al principio cuando las planté, como las plantas estaban muy débiles por el trasplante, el problema era su supervivencia, como los niños recién nacidos. Después de asegurar su supervivencia inicial me preguntaba por su crecimiento que, a mi entender, era muy escaso. Luego nacieron unas flores amarillas, y al cabo de muchas semanas brotaron unas miniaturas de frutos, y cuando ya pensaba que este año no se madurarían los dichosos tomates, un buen día aparece un color rojizo en uno de ellos comenzando así el proceso final de maduración.
También nos ocurre lo mismo con nuestros hijos, al principio son muy delicados, luego viene la niñez mas tarde van adquiriendo fuerza, belleza, habilidades y pensamos que ya han madurado. La madurez en las personas es mas difícil de distinguir que en los tomates (en eso son mejores que nosotros) y además entre las personas hay un porcentaje muy alto que no madura nunca.
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